Capítulo 1: Asesinos Inocentes
Esta historia aconteció a principios del siglo XX, exactamente en el año
1910, en un olvidado país del nuevo mundo, tan pequeño, que en medio
del murmullo de la guerra que se vivía mundialmente, así como en la que
estaba por venir, posteriormente llamada La Segunda Guerra Mundial, ese
pequeño país, simplemente pararía desapercibido.
Bruno Barrios era un empresario exitoso, dueño de una pequeña, pero
lucrativa fábrica de botones llamada simplemente “Fabrica Barrios”. Su
éxito era compartido con su esposa Leonora, con quien se había a muy
temprana edad producto de un acuerdo entre familias; sin embargo, habían
cumplido ya 27 años de casados. Parecían una pareja sacada de una
revista dominical: él, un hombre bien parecido y muy elegante, vestía
siempre de trajes muy finos y en la bolsa de su saco, junto a su pecho,
una pluma de oro que lo acompañaba todo el tiempo, fue un regalo de su
esposa, que al cumplir los 25 años de casados, se la obsequió, en un
costado de la pluma estaban grabadas las iniciales de ambos, junto con
la fecha de casamiento. Leonora por su parte, no merecía menos créditos
que su esposo, era una bella mujer de tez blanca y largos rizos dorados,
una mujer educada, muy culta y refinada.
Ambos eran ambiciosos y muy astutos en los negocios. A lo largo de los
años, habían logrado convertir un viejo telar en una prospera y
lucrativa fabrica de botones. Se hicieron también de una casa, no muy
grande ni opulenta, pues no era así como la deseaban, era mas que todo,
muy acogedora. La edificación de la casa en si era una obra de arte
arquitectónica, estaba llena de lujos que, en ningún momento se volvían
vulgares u ostentosos. Las puertas de cedro exquisitamente talladas a
mano le daban un aire de grandeza al espacio interior, en el cual,
destacaba el despacho: un gran salón con el techo alto, las paredes se
adornaban de libreras, cuadros y cabezas de ciervos y alces colgados
como trofeos, y al fondo, detrás del escritorio de roble, un enorme
ventanal de pared a pared que iba casi desde el piso al techo y cubierto
desde los costados, por grandes cortinas de color rojo ocre. También y
casi como un sello de excelencia, una placa hecha de acero y bronce se
encontraba en la entrada de la casa, con las palabras “Casa Barrios
401”, así es como habían nombrado a su hogar; y las demás personas de la
pequeña ciudad reconocían también ese nombre casi como un personaje
mismo del lugar.
Pero no todo era perfecto en Casa Barrios, la realidad tras ese
matrimonio aparentemente ideal, era muy diferente. Bruno y su esposa no
se llevaban muy bien, ambos se habían visto obligados al matrimonio y
aunque alguna vez se habían atraído mutuamente, esa chispa llamada amor,
entre ellos nunca existió. Eran personas muy diferentes, nunca
congeniaban en nada a excepción en los asuntos de los negocios, pues
eran muy buenos socios, pero como pareja todo era muy distinto, tanto
que al diseñar la Casa Barrios, ambos estuvieron de acuerdo en tener
habitaciones separadas. Tenían ya varios años de habitar en Casa Barrios
y los negocios iban muy bien para ambos como para no depender el uno
del otro. A Leonor no le entusiasmaba la idea de una fabrica de botones,
aunque estaba consciente que seria un negocio muy lucrativo, pero su
sueño era otro, quería hacerse de una joyería, ese era su verdadero
anhelo, aunque nunca se lo había confesado a su esposo solo quería la
fabrica para poder financiar su sueño. Al pasar el tiempo, y a medida
que la fabrica iba generando mas ganancias, las discusiones por el
dinero y poder se hacían mas intensas y frecuentes, a tal punto de
desafiar el destino y forzar la desgracia.
Todo ocurrió esa infame noche de febrero en el despacho de la fábrica,
cuando Leonora le dijo a su esposo que pensaba separarse, no solo como
esposa, sino también como socio de la fábrica, deseaba vender su mitad
de la empresa para financiar su verdadero sueño. A Bruno le impacto tal
inesperada noticia, no supo como reaccionar pero no estaba dispuesto a
ceder, pues tal separación le haría perder la mitad de la fabrica, su
dinero y sus bienes; era el trabajo de toda su vida y no estaba
dispuesto a ceder tan fácilmente.
En poco tiempo la conversación se convirtió en una acalorada discusión;
pero a diferencia de sus habituales riñas, esta vez, Leonora había
tomado una actitud muy desafiante, no pretendía ceder ante nada y aunque
generalmente Bruno era una persona muy pacifica, esta vez Leonora había
logrado irritarlo. Aunque Bruno muchas veces le había gritado a su
esposa, nunca la había golpeado, aun se mantenían ese respeto, pero
ahora estaba a punto de romperse. Poseído por una fuerza iracunda y sin
pensarlo, empujo violentamente a Leonora, quien se golpeo fuertemente la
parte posterior de la cabeza en la esquina de un mueble antes de caer
al suelo inconsciente. Bruno la miro horrorizado, al verla tan inanimada
pensó que estaba muerta, aunque era un brillante empresario, nunca fue
bueno con respecto a la anatomía humana. “Fue un accidente” pensó, no
podía ir a la cárcel, nadie debía enterarse de esa tragedia.
Cerró la
puerta de la oficina con llave y se tranquilizo cuanto pudo; tenía que
pensar bien lo que estaba por hacer y no tardo mucho tiempo en idear un
escape a esta situación. Salio de su oficina y la cerro con llave desde
afuera, fue a hacer una ronda en la fábrica antes de cerrar como era
habitual, hablo con algunos de sus empleados y recogió documentos que
tenia que revisar. Paso frente a la oficina de Enrique, el contador, era
un tipo muy amigable que se relacionaba bien con todos los temas cuando
no estaba encerrado en su oficina, los empleados le habían apodado
Loki, debido a su carácter cambiante de un tipo gentil y sociable, a un
loco ermitaño que se encerraba en su oficina a veces durante días. Loki,
o mejor dicho Enrique, era un soltero que vivía solo en un vecindario
no muy bueno de la ciudad, podría no llegar a dormir a su casa y nadie
lo notaria. Bruno lo sabia, y esto lo convertía en un candidato perfecto
para su perverso plan.
Esa tarde, Bruno espero pacientemente a que todos los empleados de la
fabrica salieran del turno laboral, fijo su especial atención en
Enrique, quien había salido apurado como siempre, pues no le gustaba
caminar por las calles en la oscuridad, y pese al frío que hacia fuera,
no llevaba abrigo. Bruno espero pacientemente hasta que la fábrica
estuvo vacía, sabia que nadie sospecharía nada pues era habitual que
trabajara hasta tarde en su oficina. Cuando se aseguro que no quedaba
nadie más, comenzó a ejecutar lo que había planeado. Regresó a su
oficina y recogió el cuerpo inconsciente de Leonora, llevándola a la
oficina de Enrique. La coloco suavemente en el piso frente al
escritorio, al levantar la vista, observo que en el respaldo de la silla
del escritorio se encontraba el abrigo de Enrique, se lo puso encima y
comenzó a buscar en las gavetas algo que le fuera útil.
En la segunda
gaveta del escritorio, encontró un abrecartas de bronce, era perfecto,
antes de tomarlo metió su mano en una bolsa y se acerco al cuerpo de su
esposa que yacía acostada boca arriba en el frío piso. Bruno tomo el
abrecartas entre sus manos y casi con remordimiento por lo que se estaba
viendo obligado a hacer, observo a Leonor con lagrimas en los ojos y le
clavo la navaja del abrecartas en el pecho; pero, al hacerlo, se dio
cuenta que Leonora realmente no estaba muerta; ella recupero el sentido,
había abierto enormemente los ojos y la boca intentando tomar aire,
Bruno la observo con asombro, no daba crédito a lo que estaba
presenciando; durante un instante, un corto momento que dura a veces
toda una vida, ambos se miraron a los ojos, Leonora con expresión de
terror al ver a su asesino y Bruno con su expresión de remordimiento y
resignación. “Lo siento” dijo Bruno con lágrimas en sus ojos y un nudo
en la garganta y apuñalo a su esposa en el cuello. La navaja era corta,
pero lo suficientemente larga como para perforarle la traquea. Leonora
se retorció en agonía durante unos momentos, observo a su agresor en
todo el tiempo, no comprendía lo que pasaba; luego dejó de luchar poco a
poco cuando comenzó a ahogarse lentamente con su propia sangre cuando
ésta llenaba sus pulmones. Quince puñaladas fueron necesarias para segar
la vida de Leonora. Bruno observo a su victima hasta que dejo de
moverse; luego, le dio leves golpecitos con el pie para asegurarse que
no volviera a “revivir”.
Enrique, o Loki, como lo llamaba Bruno, no era una mala persona, lejos
de eso, era un empleado ejemplar, pero Bruno sabia que era una salida
fácil y perfecta para su situación. Leonor y Enrique a veces parecían no
llevarse muy bien, habían tenido algunas diferencias recientemente
debido a la reducción que Leonora había hecho al presupuesto, con lo
cual, Enrique como contador, no estaba de acuerdo. Esa era una situación
de la que Bruno se beneficiaria. Como propietario de la empresa, él
tenía acceso a toda la documentación de la empresa y sabía perfectamente
como era el manejo de la papelería y el flujo del dinero. No le costó
mucho trabajo alterar algunos documentos clave, hacer desaparecer
facturas y ficheros y reemplazarlos por otros que parecían favorecer
económicamente a Enrique. En un par de horas todo estuvo listo. Por
último, y para asegurar su evidencia, impregno un poco mas de sangre el
abrigo que llevaba puesto, el cual era de Enrique, la sangre casi estaba
coagulada, pero aun así la idea funciono bien.
Bruno salió de la fabrica, el manto de una noche sin luna le cubría, se
acerco a un basurero del otro lado de la calle metió el abrecartas en
una de las bolsas del abrigo de Enrique y lo desechó ahí, dejándolo
levemente a la vista, para que no fuese difícil encontrarlo. Tres pobres
diablos se encontraban en el lugar, vagabundos que buscaban que comer
en la basura, pero Bruno no los vio antes, por su cabeza cruzo la idea
de asesinarlos, pero él no era un asesino. Les ofreció cien rupias a
cada uno, lo cual era mucho dinero, pensó que era lo suficiente para
comprar su silencio y mas allá de eso, darles la descripción de Enrique y
comprarlos como testigos; luego se marcho en su auto a su adorada Casa
Barrios. Al llegar, se cercioró que Maria, la de la limpieza, no
estuviese pues a veces se quedaba trabajando hasta noche, pero esa era
su noche de suerte, todo parecía ir bien. Se fue al patio trasero, sacó
la pluma de otro del bolsillo y la sostuvo en sus manos mientras se
quitaba toda la ropa; luego, la amontono en un rincón del inmueble y
junto con sus zapatos, le prendió fuego a todo.
Permaneció ahí parado,
con la pluma de oro entre las manos, desnudo frente a la hoguera cuyas
llamas parecían evocar las imágenes la vida pasada con Leonora, esos
momentos que alguna vez fueron buenos pero ya no serán más. Cuando se
aseguro que todo se había quemado por completo, subió a su habitación,
pero al pasar frente a la habitación de Leonor, no pudo resistirse a
abrir la puerta y ver hacia adentro. Silencio, la habitación estaba
tétricamente desolada, vacía, por primera vez en mucho tiempo se sintió
solo, era una soledad a la que tendría que acostumbrarse. Cuando Bruno
estuvo en su habitación, comenzó a darse un baño, las gotas de agua
bajaban por su cuerpo, como deseaba que aquellas gotas limpiaran no solo
su cuerpo, sino también su alma. Después del baño se vistió y aseó todo
el lugar, para que a la mañana siguiente, Maria no encontrara huellas
de lo que había sucedido. No pudo dormir en lo que restaba de noche, no
dejaba de pensar en Leonora y el futuro incierto que había creado para
el pobre Enrique, pero ya era muy tarde, ya no había marcha atrás.
Esa mañana, Bruno se levantó antes del amanecer, la ansiedad se
reflejaba en sus ojeras. Actuó como de costumbre, tras una larga ducha
de casi una hora, se vistió con su fino traje, observo su preciada pluma
de oro y como siempre, se la llevo al bolsillo de su saco junto al
pecho. Al pasar por la habitación de Leonora, se contuvo el impulso de
abrir la puerta y ver hacia adentro otra vez, sabía que no habría nadie.
Bajo las gradas y saludo a Maria quien lo esperaba con el desayuno
preparado. Como para asegurarse que no era un sueño, vio a Maria y le
pregunto por su esposa casi guardando una esperanza, Maria le contesto y
confirmo la cruda realidad que Bruno ahora estaba viviendo al decirle:
“no la he visto, debe haberse quedado en la fabrica otra vez”. Sin
voluntad y casi masticando las palabras, Bruno le respondió “Si, eso
debe ser”.
Bruno no termino su desayuno y se dispuso a asistir a la fábrica. El
camino se le hacia eterno, parecía que no conducía en una calle, sino,
en una especie de película acerca de su propia vida al lado de Leonora:
cada pareja que veía, cada mujer que cruzaba la calle, cada puesto de
flores, cada casa, cada árbol, cada niño... todo le recordaba a Leonora.
Cuando al fin se acercaba a su destino, Bruno se encontró con lo que
esperaba: decenas de policías y otros cientos de curiosos inundaban el
lugar. “Tengo que actuar bien”, se decía a si mismo, mientras se bajo
del auto y se acercaba mas y mas a la muchedumbre.
A medida que se
acercaba al lugar, podía escuchar como la multitud susurraba su nombre,
murmuraban entre ellos “¿habrá resucitado otra vez?”, pensaba, la gente
le abría paso al empresario, quien con paso firme pero atemorizante se
acercaba al lugar del “accidente”, hasta que un par de policías le
detuvieron el paso, “bien, esto es todo” pensó, los policías se
presentaron ante el, Bruno se veía firme e inmutable, pero en su
interior se estaba derrumbando totalmente. “Sr. Encontramos a su esposa
asesinada”. Fueron las palabras que los policías dijeron, “tenemos un
sospechoso y un par de agentes han ido a arrestarlo”. Bruno sintió que
el alma le volvía al cuerpo, pero a la vez se lleno de tristeza, no pudo
soportar su intachable postura y rompió en llanto, las piernas le
fallaron y cayo de rodillas con los puños contra el suelo, lloraba
amargamente, no era nada fingido, era un sentimiento real, pues la
perdida de Leonora en verdad le destrozaba el alma.
Ese mismo día arrestaron al culpable, Enrique fue llevado a la cárcel en
espera de un juicio que no tardo mucho tiempo en llevarse a cabo. Bruno
se sentía aliviado, todo era perfecto, pero sin embargo, no dejaba de
sentirse culpable. El juicio comenzó tres semanas después del asesinato,
duro toda una semana y dadas las pruebas en contra de Enrique: los
registros que evidenciaban un robo, el arma homicida y el abrigo
ensangrentado que eran propiedad de Enrique, sumado a tres testigos, la
resolución no podía ser otra.
La corte asumió lo sucedido: Leonor había
descubierto que enrique le estaba estafando y decidió afrontarlo a
solas, a lo que Enrique reacciono con violencia golpeándola y luego
apuñalándola hasta morir, hacia frío y era hora de salida, por lo que
Enrique tendría puesto el abrigo y lo impregno con sangre de la victima,
luego lo desecho en el basurero del otro lado de la calle de la
fabrica, donde lo vieron tres vagabundos que buscaban comida en el
lugar.
El caso estaba planteado, los cargos: asesinato en 2º grado y estafa, el
veredicto: culpable, la sentencia: muerte por ahorcamiento que debía
ser ejecutada en una semana a la media noche. El cuerpo de Bruno se
estremeció completamente al escuchar la sentencia, no podía arrepentirse
de lo que ya estaba hecho, solo le quedaba continuar con su vida…
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