Capitulo 2: Conciencia Eterna
Era una tormentosa noche de abril, en 1910; Bruno no podía concentrarse en la pila de documentos amontonados sobre su escritorio, era el exitoso dueño de la “Fabrica de Botones Barrios” y acostumbraba llevar trabajo a su casa. Eran cerca de las once de la noche, cuando iluminado por la tenue luz de su pequeña lámpara plateada, revisaba la interminable montaña de contratos, facturas y pedidos que algunas veces tenia que leerlas en mas de una ocasión.
- Esos malditos rostros – se dijo a si mismo intentando concentrarse en lo que tenia enfrente. Se llevo las manos al rostro cubriéndose los ojos y la frente, apoyando a la vez los codos en el escritorio.
- No pienses en eso, no te trae nada bueno
Temprano, ese mismo día, Bruno había vuelto a encontrarse con dos personas de su pasado, un hombre y una mujer que formaban una silueta siniestra, ambos con una mirada tan penetrante como frívola. Ambos personajes le habían acosado durante mas de una semana, les veía en todas partes como si estuvieran todo el tiempo tras él, una compañía que era realmente indeseable y hasta cierto punto escalofriante.
- Llevo horas trabajando y no he progresado nada… Deja de pensar en ellos ¡Concentrate!
La temperatura del despacho de la Casa Barrios (como era conocida localmente), había descendido drásticamente, al igual que la pobre iluminación de la vieja lámpara que parecía agonizar. La luz que se filtraba por los enormes ventanales situados a sus espaldas no era la excepción, pues también menguaba mientras la noche se iba quedando sin luna. Parecía que el despacho en si iba muriendo poco a poco a medida que la luz se consumía; sin embargo vislumbraba de vida cuando la luz de los relámpagos iluminaba momentáneamente el interior del recinto.
Casa Barrios no era un lugar ostentosamente grande, era solo una morada acogedora con ciertos lujos y una exquisita arquitectura detallista, como el grabado de acero y bronce de la placa de entrada que todo aquel con más de cuatro neuronas podía reconocer “Casa Barrios 401”. La oficina en la fabrica de Bruno era mucho mas grande, pero en su casa el ambiente se mimetizaba haciéndolo relajante y muy acogedor, razón por la cual terminaba su día de trabajo en casa.
Toc, Toc, Toc.
La puerta de roble sonó como si alguien la golpeara muy suavemente con los nudillos. Un relámpago ilumino el recinto de manera siniestra y los ojos de aquellas dos personas de mirada penetrante y frívola, se hicieron claramente visibles en la mente de Bruno, quien presumía ser el único en Casa Barrios. Por un momento miro atónito la puerta, como si esta se fuese a abrir por si misma o casi esperando que la madera hablase para decirle quien le espera al otro lado.
- Seguramente – pensaba en un vano intento de convencerse a si mismo – debe ser María, la de la limpieza, que se retira y quiere que cierre por dentro la puerta de la entrada.
Bruno quedo mirando fijamente la puerta, el silencio resonaba en el lugar, acentuado solamente por los truenos y relámpagos que cuya luz, al atravesar las ramas y entrar por el ventanal, proyectaban siniestras sombras que parecían ser una suerte de garras demoniacas que iban desde el escritorio, hasta el pomo de bronce de la puerta.
TOC, TOC, TOC,
Tres golpes mas fuertes ahora.
- Que dijeron esos tipos? Los muy infelices…
Bruno sentía frio, como si la temperatura de la habitación bajase abruptamente; pero, pese a ello, Bruno había comenzado a sudar. Un tic invadió su mano derecha, un espasmo que parecía por un momento, ser manipulado por un ser intangible. Bruno observo su mano, y vio el objeto que sostenía en ella, era su pluma preferida. Como un as de luz una imagen le atraviesa la cabeza, es la imagen de su esposa cuando el día de su 25º aniversario de bodas, un día muy importante en su vida, ella le regala una pluma de oro con las iniciales y fecha de fecha de matrimonio de ambos grabados a un costado, era un regalo perfecto.
En un instante, Bruno regreso su mirada a la puerta, la observaba en silencio como si pudiese ver algo a través de ella.
A s e s i n o . . .
Eso es lo que habían dicho aquellas despreciables figuras, eran voces inaudibles, pero aun así pudieron hacer eco en toda la humanidad de Bruno a punto de llegar a estremecerlo.
Casi podía ver esas frías miradas al otro lado de la puerta, esperando a que se abriese para lanzarle todo su odio a la cara, señalarlo y juzgarlo como lo habían estado haciendo en esos últimos y martirícos días. Bruno tomo aire y sin poder evitarlo, comenzó a recordar lo sucedido esa fría noche de febrero, el penoso accidente en el que Leonora había muerto…
- Si, fue solo un accidente – pensó –, nadie puede culparme por haber tenido el ingenio suficiente como para beneficiarme de la situación.
Leonora había muerto y Enrique había sido culpado por su muerte injustamente. Esto benefició económicamente a Bruno, convirtiéndolo en dueño absoluto de la fábrica, su dinero y su querida Casa Barrios. Enrique cumplió su sentencia en la horca y sostuvo su inocencia hasta el ultimo instante, alguien entre la muchedumbre vocifero: “no hay asesinos inocentes”, frase que Bruno escuchaba noche tras noche en su conciencia impidiéndole dormir. Las ultimas palabras de Enrique fueron dirigidas a Bruno:
- Bruno, perdóname, tienes que creerme, soy inocente… No dejes que me cuelguen… Soy inocente…
Ambos se vieron a los ojos en ese momento, el terror angustiante ante la presencia inminente de la muerte podía sentirse en la mirada de Enrique, y esos ojos, Bruno jamás los habría de olvidar.
TOC, TOC, TOC
Los golpes en la puerta hicieron temblar las paredes del despacho. Los relámpagos que estremecían la habitación, creaban en un cruel juego de luz y sombras, figuras perfectas de la horca que coincidían con las cabezas de ciervos y alces que normalmente colgaban como trofeos, pero, ahora se habían vuelto macabros rostros que manifestaban el dolor y la agonía del ahorcamiento, las miradas acusadoras de esos inertes animales se habían vuelto contra Bruno.
Sintiéndose intimidado, se aflojó la corbata y se soltó el último botón de la camisa. Sentía como el sudor le bajaba por la espalda. Sacó una botella de whiskey de 12 años junto con un vaso que guardaba en la segunda gaveta del escritorio. Se sirvió un trago para tranquilizarse y otro para entrar en calor.
- Tal vez crean que no hay nadie y se marchen
A s e s i n o . . .
Resonaba levemente en la distancia.
- Esos desgraciados quieren volverme loco.
Se recostó dirigiendo la mirada al techo. La oscuridad era total más allá del poder de su endeble luz, oscuridad que era interrumpida sólo brevemente por los relámpagos que creaban esas macabras ilusiones que parecían ser más vívidas cada vez.
A s e s i n o . . .
- Solo esos tres vagabundos pudieron darse cuenta de lo sucedido realmente aquella maldita noche. Lo sabia, cien rupias no era suficiente dinero para callarlos, ¡Malditos mendigos ambiciosos!, debí haberles pagado más.
Otro trago de whiskey para olvidar esos acusadores ojos…
En el fondo de la botella se reflejaba la endeble luz del despacho, la amarillenta luz de la vieja lámpara plateada tambaleándose como si estuviera viva, buceando en el fondo de la botella. En cuestión de segundos quedo estática, clavada en el vidrio y en su retina. El liquido de la botella se niveló y dejo de tambalearse, pero en el cerebro del empresario habían comenzado a hacer efecto los vasos de licor. Bruno tiro la botella con expresión de terror, en ella no se veía el reflejo de una luz, sino, un par de pupilas furiosas que se acercaban vertiginosamente.
A S E S I N O . . .
Estiró la mano y volvió a tomar la botella como si su propia vida estuviese dentro. Dio otro trago largo, esta vez sin el vaso y tambaleándose, logró difícilmente ponerse de pie. La distancia de la puerta del despacho al escritorio de roble era de tan solo tres metros, pero Bruno se aterraba con la idea de abandonar la seguridad de la isla de moribunda luz y saltar a la inmensidad del macabro y silencioso salón.
Al llegar a la puerta, apoyó sus manos y su frente en la fría madera que lo separaba de aquellas acusadoras siluetas. Empuñó su pluma, tomó aire y abrió de golpe como queriendo ser él quien sorprendiera a sus indeseables visitantes.
Oscuridad… Silencio y nada mas…
Golpeado por el whiskey, con muy poco equilibrio se acerco por el oscuro e interminable pasillo que conducía a las escaleras. Caminó poco a poco, el terror que le invadía parecía atenuar la embriaguez del licor mas no así su decadente equilibrio. Al pasar frente a la habitación de Leonora las manos le temblaban, miró con desconfianza la puerta y le habló como si ésta le escuchara:
- Infeliz arpía, ¡Yo no quería matarte!... ¡fue un accidente!...
Bruno no sabia si le había gritado a la nada o solo lo había pensado, pero la frase aun le resonaba en la cabeza mientras pasaba de largo la puerta sin atreverse a abrirla. Siguió dirigiéndose hacia las escaleras:
- Se que están ahí, puedo oírlos.
Bruno escucho un ruido junto a sus pies y al intentar girarse algo se aferro en su talón tan fuertemente que atravesó su piel y le llego a hueso. Asustado, intento correr perdiendo torpemente el equilibrio, sintió un golpe a media espalda contra el pasamanos y cayo rodando por las escaleras. Toda su vida pasó ante sus ojos en una fracción de segundo, y justo antes de caer al piso reflexionó:
- Leonora, ¿Qué te he hecho?...
Su cabeza se estrello contra el frio piso de mármol, su corbata se atoró en el pasamanos provocándole la sensación de asfixia sin llegar a quitarle el aire por completo. Podía sentir en su cuerpo, el golpe propiciado por cada uno de los quince peldaños.
- Quince – pensó –, como las quince puñaladas que segaron tu vida mi querida Leonora
Dolor en todo el cuerpo y sensación de asfixia. Todo se veía borroso para el exitoso empresario. Como pudo, levanto la mano y la llevo a su costado… sangre. En la caída, la pluma de oro se había incrustado entre las costillas, perforándole un pulmón. Su amada pluma de oro, el regalo de su esposa. Le costaba trabajo respirar, todo se volvía mas borroso. La sangre que se filtraba a sus pulmones lo ahogaba lentamente.
El piso parecía hundirse, las paredes se alargaban hacia el infinito cielo y el techo desaparecía en una luz lejana que asemejaba la eternidad. Bruno dejó de sentir dolor y se sintió flotando a la deriva. En su cabeza la palabra “asesino” resonaba una y otra vez, cada vez mas fuerte que la anterior, tanto que lo volvía pesado, era como si cada vez que se repitiese le sumara un kilo, uno a uno hasta hacer millones que lo alejaban de aquella luz. El dolor, la agonía, la sed, el hambre, la vergüenza, la ira… todos los sentimientos en toda su vida, los vividos por él y los causados a otros por él, todos iban aumentando su intensidad inmensamente dentro de Bruno, se estaba convirtiendo en una brutal tortura, que de alguna manera, él sabia que duraría eternamente. Bruno sentía como estaba siendo succionado hacia abajo y como poco a poco se fundía con su querida Casa Barrios. Hasta que las tinieblas se apoderaron de todo.
Al día siguiente, una multitud de curiosos rodeaba Casa Barrios. María, la mujer de la limpieza, había descubierto a su patrón tirado a los pies de la escalera, tenía la pluma de oro clavada en un costado y los restos de una botella de whiskey incrustados profundamente en su pie derecho. Había muerto ahogado en su propia sangre, como su esposa, a las once y treinta de la noche, la misma hora de la ejecución de Enrique doce días atrás. La policía encontró mas tarde, en la puerta del despacho por el lado que da al corredor, una nota escrita a mano, María le había dejado un mensaje la noche anterior:
“Sr. Bruno, toqué, llamé a la puerta pero usted no abrió, veo que hay luz adentro y supongo que otra vez se ha quedado dormido en su despacho. Tenía mucho trabajo que hacer y me quedé hasta tarde, cuidado con el piso, esta recien encerado.
Los veo mañana, Maria".
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